Mi vuelta al sol me coge queriendo tomar perspectiva. Una vez me dijeron que no quisiera vivir tan rápido, que me iba a cansar y perdería el sabor de la vida. Y aquí me encuentro, con alguna que otra fatiga acumulada y sin disfrutar.
En el budismo tibetano, las prácticas del perdón y de la compasión son muy importantes. En el budismo, la compasión significa entender que todo el mundo sufre y que cuando me hacen o hago daño, viene de mi propio sufrimiento o del sufrimiento de quien me hiere. Que cuando a mi me gustaría que alguien fuera de una u otra manera. Por mucho que esa necesidad sea merecida, dependerá de la historia personal y de cuanto ha sabido ponerle comedia a la vida el poder satisfacerla. Entender que todo el mundo al fin y al cabo hace lo que puede. Y que incluso cuando a mi mismo, me hubiera gustado actuar de diferente manera a como lo hice, no lo super hacer mejor.
Para tener compasión, “estos” tibetanos, dicen que es necesario saber distinguir entre la objetividad y la subjetividad.
La objetividad entendida como que todo existe de manera inherente, que no depende de las diferentes partes que la conforman y de su totalidad. Es decir, que es permanente y no hay opción de cambio o transformación.
Sin embargo, la subjetividad, necesaria para la compasión, significa entender que todo en este universo existe subjetivamente. Es decir, que es in permanente y que existe una posibilidad de cambio, transformación, muerte y resurrección. La mayor parte del universo existe dependiente de sus partes y totalidad.
En algunos libros y tertulias con algunos maestros también he escuchado que esta vía permite aceptar las consecuencias de ser quien eres y de la vida tal y como se presenta sin martirizarse.
Ultimamente, dentro de las historias que nos creamos todos, tengo muy en cuenta esta visión en mi vida.
Los seres humanos a veces no sabemos separar lo personal, aquello que tanto nos identifica, de lo compartido y que depende de muchas otras variables. Es entonces cuando nuestras historias personales, sufrimientos e incapacidades de salirse de uno mismo nos hacen menos tolerantes y llega la disputa, la falta de respeto e incluso el odio. El invasor y el invadido se sienten heridos y se van cambiando los arquetipos como si de camisas se tratara. Es entonces cuando no aceptamos las consecuencias de ser de la otra persona y tememos perder la propia.
La meditación para mí, no es más que análisis y perspectiva. Alejarse para poder ver con claridad y distancia lo que de cerca a veces te invade o incluso te aliena y sabes que lo mejor y la mejor manera de amar es salirse. Confiar en la vida, en uno mismo y los procesos de transformación de las cosas.
Confiar que cuando dos personas no son capaces de sostenerse en su herida y ya han intentado casi todo, no toca otra que salirse y mirarse a uno mismo con honestidad.
Entender que cuando una experiencia no te permite conectar con la serenidad y la paz no queda otra que parar para observarse.
Muchas gracias por vuestras felicitaciones
Un abrazo,
Pablo Ferrero.